Ecos de la noche de picoteros

Por Cesar A. Arismendi M.*

Durante el desarrollo de la tertulia denominada “Noche de Picoteros”, que se llevó a cabo recientemente en la ciudad de Riohacha, se pudo establecer que la cultura picotera es de origen urbano y que surgió al terminar la Segunda Guerra Mundial, la cual se expandió en el Caribe con la llegada de la Guerra Fría y el inicio de la diáspora cubana.

Se logró establecer que el picó está ligado a los andenes, verbenas, calles, solares, parques, casetas y tarimas, a los sonidos que retan a los bailadores, a la alegría del barrio y a su capacidad de tolerancia.

Desde las ciencias sociales, el antropólogo e historiador norteamericano Oscar Lewis, en 1959 fue de los primeros en documentar el inicio de la cultura picotera. En su libro “La cultura de la pobreza”, menciona como un director de una orquesta el día de su cumpleaños pone a sonar las bocinas. El escribió que… “había soñado con alquilar el tocadiscos y los discos para bailes semanales, como hacían algunas personas en las vecindades grandes”.

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Eso sucedió en colonia Morelos – Barrio Tepito, ubicado en la Ciudad de México. Esa es la expresión urbana de lo que posteriormente se reconocería como la cultura sonidera mexicana, arraigada en el Distrito Federal y en Monterrey.

Algunos analistas comentan que la cultura picotera o sonidera surge de la mezcla que se hace en el Caribe del pachangón (alboroto) de la barriada mexicana de Tepito, con los sound system de Jamaica y el DJ neoyorquino ligado al hip-hop.

El picó comenzó con la bocina de aluminio. Posteriormente, evolucionó a las cajas de sonido o bafles, que se hicieron famosos en el Caribe colombiano, especialmente en Barranquilla y Cartagena.

Estos contenían entre 8 y 10 parlantes de 70 vatios, que se activaban con los amplificadores de tubos. No se tenía una lógica de eficiencia acústica, solo interesaba la fluidez y potencia del sonido. Durante los ochenta aparecieron los fraccionados, basados en dispersar el sonido por el lugar. Finalmente, llegaron los turbos, que son muy similares a los escaparates, pero con unos parlantes periféricos que brindan optimización acústica.

Actualmente, un picó turbo cuenta con uno o dos bafles, varios parlantes satélites que se llaman “chismosas”, la planta, el ecualizador, dos tornamesas – tocadiscos y un amplio baúl para los discos. Un buen picó debe tener más de 600 lps disponibles.

Al interior del escaparate o caja de sonido hay varias secciones. Los bajos, los medios y un conjunto de parlantes que le dan brillo a la melodía. Los bajos tienen una organización de tal manera que ayudados con las paredes internas con base de tablex, triplex y fórmica le dan la debida profundidad al sonido. La técnica de organización más usada es la araña y el rebote, en donde los parlantes se localizan para cubrir todo el espacio.

Un buen picó hoy tiene entre 8 y 12 parlantes que hacen de bajo y que pueden perfectamente generar una potencia mayor a 20.000 vatios. Esa capacidad es la que determina la esencia del picó, ya que a medida en que la libera y los decibeles fluyen, el picotero se hace más importante, famoso, respetado y valioso en el mercado.

Antes, un parlante llegaba a tener solo 75 vatios y se usaban con amplificadores de tubos. Los parlantes modernos son de 3.000 vatios y se manejan con amplificadores transistorizados de alta potencia. Joe Arroyo le llamó los “Tumba Techo”, ya que nunca dejan dormir a las parejas ni al vecindario.

El picó está asociado a su capacidad de generar estruendos melódicos, al espacio en donde se pone a prueba la verbena, al bailador y al barrio de origen. Esto genera la credibilidad y el buen nombre. Es la base de la reputación de la marca.

Un buen picotero debe saber llevar el estado de ánimo de la gente desde que inicia la fiesta. Por ello, el primer disco es crucial y tan importante como los intermedios y el último. El va llevando las emociones individuales y colectivas a través de una curva de rendimientos marginales decrecientes, de tal manera que al terminar los asistentes estén cansados y regresen a casa enamorados, en paz y con ganas de volver. Esa es parte de la ética picotera.

Fuente: Elaboración propia, 2020.

Al ser una manifestación material de la cultura urbana, el picó adicional a su potencia se hace también valioso a través de la estética plasmada en la pintura que lo personaliza y complementando su nombre. La malla de cañamazo es sometida al talento de los pintores, que primero hacen un molde a pincel, lo delinean y luego le ponen colores con aerógrafo.

El picotero siempre muestra su estética y respeto por la tradición. En la parte frontal de los grandes bafles y en las “chismosas” se plasman imágenes con pintura fluorescente que identifican al picotero con lo que hace y muestra. Así el picó se integra y se relaciona directamente con su dueño, lo que se reafirma a través de la placa.

La placa del picotero y los piconemas generan la identidad construyendo su personalidad. Este es un alarido que denota la rebeldía, la cheveridad e invita al duelo entre sonidos. El más potente, es el ganador.

A diferencia de lo que sucede con los sonideros en México, los picos colombianos no tienen micrófonos. Es decir, el picotero no se puede comunicar por voz con el público. Lo hace a través de placas pregrabadas y piconemas.

En la tertulia quedó claro que un picotero es el resumen del hombre universal desde lo local. La búsqueda del disco, lo que es tendencia lo hace muy selectivo, conocedor, interlocutor especializado y culto, relacionista y tolerante con quien no comparte sus gustos.

En la tertulia se habló también de los primeros picoteros de Riohacha, los gustos musicales y las melodías que más sonaron en los 70 y 80. Estuvieron Concepción Gámez y Koly Brugés, como picoteros. Juan Sierra, técnico electrónico y constructor de plantas de sonido. Robinson Maturana, ebanista y constructor de bafles. Igualmente, participó Jorge Maldonado como bailador.

Concepción Gámez y Koly Brugés recordaron los primeros picoteros de Riohacha. Simón Vanegas o Simón el Manco. Resaltaron a Héctor Gutiérrez, Servando Gámez, Aníbal Flórez, José Che Julio, Arquímedes Vanegas, Ambrosio Bermúdez, Eli Galván, Rafael Fuentes, José Duarte y a Tingo.

Trajeron a la memoria algunos de los picós más populares de la década de los setenta y ochenta, entre ellos: El Gallo, El Guajiro, El Tuky Tuky, El Disco de Hoy, La Pimientica, El Chinito y el Aventurero.

Terminada la jornada expositiva, los asistentes tuvieron la oportunidad de recordar en alta potencia las melodías preferidas para su época juvenil. Allí escuchamos: La Ley de la Tierra, Pata Pata, Ramayá, Tengo Hormigas en mis Pantalones, Sex Machine, El Turco Perro, Los Sabanales, Samba pa ti y Solitario, entre muchos otros. La música unió a los presentes y también los separó en la madrugada del sábado. Fue una gran noche de viernes para recordar y como sucedía en las verbenas, se regresó a casa con ganas de volver.

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com

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