La verdad de las mentiras

Dedicado en estos días al trabajo escritural de más largo aliento, creando historias que se perfilan muy pronto para ver la luz y los ojos de lectores que quieran comer cuento; en esas estaba, escribiendo verdades sobre las mentiras como llama Vargas Llosa a la ficción, cuando la realidad empezó a asomarse por las ventanas polarizadas de la epifanía para gritarme con fuerza de sentencia lo que Borges intuía “que nuestra humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria”.    

Mi buen amor

En mis gratos recuerdos de infancia feliz en medio de una familia maravillosa y rodeada de amor, hallo a mi madre visitando a sus comadres y compadres, amigos y familiares los fines de semana, celebrando su compañía, y haciéndoles sentir como solo ella podía hacerlo, su inmenso cariño. La sola idea de impulsar o participar en una integración familiar en alguna ranchería, la entusiasmaba demasiado, pues siempre les profesó un amor inmenso a los suyos.

Lo que está en juego

Al igual que ocurrió con la pandemia del COVID 19, en donde la mayor propensión a infectarse y a un desenlace fatal está asociado a las preexistencias de las personas, cuando las instituciones entran en crisis, como la que actualmente se afronta, las primeras en resentirse y las que llevan la peor parte son aquellas que por su debilidad y baja resiliencia están más expuestas a su disfuncionalidad e inoperancia. Y este es el caso de La guajira.

El Chandé, el más reciente hijo del vallenato

Podemos reconocer el chandé en canciones como  :  “El jamaqueo”, “El látigo”, “Le pongo un 10”, “Pura pólvora”, “Me vive coqueteando”,  “Báilame” (interpretadas por Martin Elías);  “La espelucá”, “La trabajosa”, “El tira que jala”, “La química”, “La patineta loca”, “Aquí va a ve´vaina” (Grupo Kavras); “La llamada clandestina”, “Dónde andabas tú”,  “La pastillita” (Churo Díaz); “Te empeliculaste”,  “Dos a cero”, “El preferido”,  (Peter Manjarrés); “El confite”, “La llamadita” (Silvestre Dangond); ”La llama encendida” (Iván Villazón).

Cuando nos hacemos los indios

No olvidemos que  en La Guajira, Oneida Pinto y Cielo Redondo, basaron su estrategia de defensa ante la justicia colombiana, impostando una identidad como indígenas wayuu. Pasa, incluso, en movilizaciones que los guajiros organizan o se vinculan en Bogotá: no falta la manta  ni el maquillaje wayuu, pero son  reconocidas personas afros o criollos. Hasta en los concursos musicales, adoptar un vestuario indígena tiene sus réditos. Como el que tramita fraudulentamente  una certificación como indígena y así lograr descuentos en matrículas  universitarias o pasar al régimen subsidiado con sus beneficios en salud.  Todas estas son formas de “hacerse el indio”; son ilustraciones del llamado esencialismo estratégico, identidades que son como una ropa, se quitan y se ponen según la conveniencia.

¡OH SORPRESA!

*Las opiniones expresadas en este espacio son responsabilidad de sus creadores y no reflejan la posición editorial de revistaentornos.com Por Amylkar D. Acosta M. – Exministro de Minas y Energía y Miembro de número de la ACCE. Más vale encender un rayo de luz que maldecir la obscuridad Tamaña sorpresa la que me llevé recién posesionado…

La “esencia” de la música vallenata

Se ha demostrado ya que la mayoría de canciones vallenatas no son narrativas, así que esa forma expresiva tampoco es la esencia; que no todo vallenato nació en los campos y potreros, luego no depende de dónde se hace y que, si algunos creen que la poesía es su principal polo, no sé qué tiene de poesía canciones vallenatas como “La puerca”, “La perra”, “La yuca y la tajá”, “La espelucá” o “Me tiene pechichón” (más conocido como “El hombre es como el perro”).

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